El Monasterio de Santa Catalina en Arequipa

El toque de color en Arequipa lo da precisamente un monasterio ubicado en el corazón de la Ciudad Blanca. Con sus dos hectáreas esta auténtica ciudadela es completamente distinta a los conventos y monasterios europeos. Acompañadnos en este viaje al corazón de la fe… y del color. Visitad con nosotros el Monasterio de Santa Catalina.

Monasterio de Santa Catalina en Arequipa

Pinceladas de historia

A mediados del s. XVI el virrey del Perú, Francisco de Toledo, visitó la ciudad de Arequipa. Durante su estancia, se le informó que la población deseaba fervorosamente un monasterio, por lo que otorgó la licencia para fundar el “Monasterio de Monjas Privado de la Orden de Santa Catalina de Siena«.

Durante su construcción, Doña María de Guzmán, viuda y sin descendencia, cedió todos sus bienes solicitando su reclusión en el futuro monasterio. Por este motivo, fue nombrada priora y reconocida como fundadora. Por su parte, la ciudad de Arequipa también cede cuatro solares de su propiedad al recién fundado monasterio.

Doña María de Guzman

En este oleo restaurado de la fundadora se pintó encima el hábito de monja , aunque ahora apenas se distingue.

El convento no admitió monjas españolas hasta hace unos 50 años. Hasta entonces, eran exclusivamente criollas, mestizas e incluso hijas de curacas (una especie de grandes patriarcas incas) las que profesaban. Podían acompañarlas sirvientas, pero no más de tres. Se llamaba monjas pobres a las que profesaban sin dote. Por último, el monasterio también albergaba a viudas pudientes que se recluían sin profesar.

Los siglos cubrieron el Convento de Santa Catalina con un velo de misterio y silencio. En 1970 gran parte se abrió al público, siendo administrado por una empresa privada. Para las religiosas se reservó el área norte del complejo. Santa Catalina llegó a albergar casi 200 hermanas, pero ahora sólo dos docenas de monjas viven allí. Todavía trabajan en la repostería, sin apenas salir de su zona privada. Pero, si tienes suerte, podrás ver a alguna cruzando fugazmente las bellas callejuelas de la ciudadela.

Calle Córdova de noche

Actualmente ha sido restaurado en gran parte, pero conserva su trazado y características originales con pequeñas calles y claustros, coloridas paredes y callejones estrechos que llevan a las diversas partes del convento.

La arquitectura del Monasterio de Santa Catalina

El convento se construyó con sillares blancos provenientes del Volcán Chachani y sillares rosados originarios de uno de los puntos más emblemáticos de Arequipa, el Volcán Misti.

Volcán Misti

La fusión de elementos nativos y españoles configura un estilo único, el Colonial Mestizo, del que Arequipa es uno de los mejores exponentes. El Monasterio de Santa Catalina el el culmen de la arquitectura colonial arequipeña y uno de los tesoros culturales más valiosos de el Perú.

Las sucesivas reconstrucciones y reparaciones provocadas por los frecuentes terremotos sufridos por la ciudad, han provocado en el monasterio la combinación de sectores ordenados con zonas caóticas que le dan un encanto especial. En muchas zonas abundan las escaleras «a ninguna parte» que en su día llevaban al hoy desaparecido segundo piso.

celda

Mención aparte merecen las celdas de las monjas, algunas equipadas con mobiliario de época y totalmente individualizadas. Ante los terremotos las familias de las religiosas impulsaron la construcción de aposentos privados que eran auténticas mini-casas con su propia cocina que incluía un horno de barro dónde las monjas preparaban sus famosos y deliciosos dulces.

Mientras en Europa las celdas son habitaciones sencillas y austeras con un catre, una palangana y como mucho un crucifijo como «adorno», en el Monasterio de Santa Catalina algunas tienen incluso… ¡¡un pequeño patio privado!!.

Patio interior de una celda

Con el tiempo para tener agua en todo el complejo se construyeron unas pequeñas acequias o canaletas conocidas como “pajas”, que llevaban el agua por todo el Monasterio.

El recorrido

Para que os orientéis mejor os dejamos como siempre un mapa 🙂  Los números mencionados a lo largo del recorrido se corresponden con los que aparecen en el mapa.

El complejo está rodeado por un muro sobrio que contrasta con el colorido interior, y la puerta de entrada está adornada con un relieve de Santa Catalina de Siena. Tras pasar por las taquillas y andar por un pequeño pasadizo entras en un antepatio donde una enorme inscripción reza «Silencio«, aunque es difícil cumplirlo porque casi todo el mundo dice en su idioma :O  ¡¡Oh, que bonito!!

Silencio

Pasado el asombro, mira al suelo y trata de no tropezar con los escalones 🙂  ¿pero quien los ha puesto ahí? Antes de que el color te atrape y quieras adentrarte en el Monasterio entra a mano izquierda en el locutorio (1). Este cuarto era la única comunicación de las monjas con el mundo exterior, hablando a través de una celosía de doble enrejado y usando el torno para intercambiar productos. La semi-penumbra de este lugar se debe a un tipo de alabastro llamado piedra de Huamanga.

Antes de acceder al Patio del Silencio, también a la izquierda, se encuentra la Sala de Labores (2), donde puedes ver muestras de las manufacturas de las monjas.

El Patio del Silencio recibe su nombre porque allí las monjas leían la biblia en completo silencio y rezaban el Santo Rosario. En esta zona vivían las novicias durante su primer año antes de convertirse en monjas.

Patio del Silencio

Si seguimos de frente encontraremos el Claustro de las Novicias, en piedra sin policromar. Las puertas de este claustro dan acceso a la capilla del noviciado (4) y a las sencillas celdas (3) donde vivían las novicias. En este lugar separado de las monjas profesas, las novicias se iban familiarizando con la vida religiosa. Aparte de la dote, la familia de las novicias debía amueblar completamente la celda de la futura monja, ya que el Monasterio sólo ponía las «cuatro paredes» :O

Regresamos al Patio del Silencio y nada más entrar giramos a la izquierda hacia el Claustro los Naranjos, bautizado así por los árboles que lo rodean. Las religiosas tienen como tradición representar la Pasión de Cristo cada Viernes Santo en este claustro.

Claustro de los Naranjos

Como Santa Catalina es un Monasterio tan grande, está dividido por calles. De la esquina izquierda sale la calle Málaga, de color rojizo como el Patio del Silencio.

Calle Málaga

A ambos lado de esta maravillosa y colorida calle se hayan varias estancias, como la Sala de Profundis (5), donde se velaba a las religiosas fallecidas, o la Sala Zurbarán (6), donde se exponen algunos muebles y vajilla del Monasterio.

Sala de profundis

La Sala de Profundis

En esta calle también encontraremos ¡¡una tienda de regalos!! y las primeras celdas (3) de las religiosas.

Atravesamos de nuevo el Claustro de los Naranjos para salir por la calle más bonita de todo el monasterio, la calle Córdova… ¡¡que si, que es con «V»!! Pero antes de adentrarte en esta calle tan maravillosa detente y no te pierdas a mano izquierda la enorme cocina dónde preparaban el cuerpo de Cristo, la Sala de Hostias (7).

Volvemos a la calle Córdova, que es como una calle de la Córdoba española… blanca con macetas de flores. A mano izquierda se encuentra el área dónde viven actualmente las monjas y a mano derecha más celdas. Recorrer esta calle iluminada por el sol es una maravilla y probablemente cuando llegues al final regreses para disfrutarla un poco más.

Calle Córdova

La blanca Córdova da paso a la estrecha y rojiza calle Toledo, pero antes de avanzar por ella debemos hacer una pequeña parada en el Oratorio (8). La calle Toledo es la más larga y estrecha del monasterio, y a ambos lados tiene celdas que merece la pena explorar.

Calle Toledo

Antes de llegar al final tenéis que perderos por las celdas que se abren a ambos lados. En esta calle también se encuentra la cafetería para que degustéis la famosa torta de naranja, las pastas y el té preparado por las monjas antes de continuar con la visita.

Al final de la calle Toledo a la izquierda está el Cementerio (9), que estaba cerrado y a la derecha la zona de lavandería (10). Este es el lugar más tranquilo de todo el monasterio, dónde se respira paz y quietud. Aquí podéis sentaros a descansar un poco, en alguno de los bancos distribuidos por la zona.

LavanderíaLa lavandería se construyó a finales del s. XVIII, cuando Arequipa se abastecía de agua mediante acequias, y tiene un canal central y piedras a modo de «esclusa» para dejar pasar el agua a la zona de lavado cuando era necesario. Como recipiente para lavar la ropa utilizaban grandes vasijas de barro usadas que se partían por la mitad. Luego se les ponía un desagüe y un tapón. Cuando terminaban de lavar, el agua sucia corría por un canal subterráneo al río Chili.

Una vez pasada la lavandería nos encontramos con la Huerta, donde podremos descansar rodeados de una abundante vegetación.

Huerta del Monasterio

Aquí comienza la calle Burgos, que recorremos hasta llegar a una plazuela dónde confluyen la calle Sevilla y la calle Granada. Antes de continuar, giramos a la izquierda para ver la Puerta de Servicio (11), por dónde entraban las mercancías al monasterio. Aquí también encontraremos el Almacén (12) y la Cocina (13).

Acceder a las cocinas y ver los utensilios originales te hace retroceder cuatro siglos. El techo es bastante alto, probablemente porque inicialmente esta zona tenía proyectado un uso distinto.

Cocinas del Monasterio de Santa Catalina

Retrocedimos un poco para hacer una parada técnica en los servicios higiénicos (los baños vamos), que a lo tonto llevábamos casi dos horas dando vueltas por el Monasterio. Justo al lado está la Celda Santo Domingo (14). Allí podemos ver objetos e información muy interesante sobre la vida de las monjas y la historia del Monasterio.

Nada mas salir, justo en frente, encontramos la Zona del Terremoto (15), donde han dejado restos del desparecido segundo piso de las celdas. Así nos podemos hacer una idea de la devastación provocada por el fuerte terremoto que afectó al Monasterio en el s. XVI.

Siguiendo nuestro camino, bajamos por una preciosa escalera que llega a la plaza más bonita de todo el recinto. Es además, uno de los lugares más fotografiados de todo el Monasterio, la Plaza del Zocodover con su gran fuente central.

Plaza del Zocodover

De esta plaza surgen más celdas y la Bañera (16), una especie de pequeña piscina de piedra dónde se bañaban las monjas.

Decidimos subir al primer Mirador (17), pero las empinadas escaleras y los más de 2.300 metros de altitud a los que está Arequipa hicieron «durillo» el ascenso. Eso sí, mereció la pena por la espléndida estampa de la cordillera Andina y del volcán Misti.

Cordillera andina desde el mirador del Monasterio de Santa Catalina

Bajamos y accedemos a la Celda de Sor Ana (18).

La historia de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo

Sor Ana es la primera beata arequipeña, y vivió en el Monasterio en el s. XVI. Sus padres la entregaron de niña al convento y luego la sacaron para concertar un matrimonio, pero ella escapó y volvió con las monjas. Ni el duro trato dispensado por la Priora, ni los obsequios ni amenazas de sus padres, la convencieron de abandonar la vida religiosa.

Su beatificación se debió no sólo a su ejemplar vida conventual, sino por la atención dispensada a las víctimas de una peste que asoló Arequipa y a la milagrosa curación de una devota de Sor Ana de un cáncer uterino terminal.

Junto a la celda está la Cocina del Refectorio (19) y el propio Refectorio (20). En las paredes del refectorio vemos varias pinturas. Detrás de la silla de la Priora, en el lugar principal del refectorio, hay un cuadro de la Ultima Cena. En el se representan platos típicos de la zona, en lugar de los habituales en la pintura Europea.

Al lado del púlpito podemos ver un cuadro de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo en oración. Se cuenta que cuando la beata era anciana y estaba ya ciega, un sacerdote introdujo a un pintor en el convento para poder obtener su imagen. Para su desgracia, fueron descubiertos por la monja y duramente reprendidos.

El Claustro Mayor, del s. XVIII, es el más grande del monasterio, y sus pinturas representan la vida de la Virgen María, aunque algunos cuadros representan también pasajes de la vida de Jesús.

Claustro MayorEn el ala izquierda del Claustro encontramos cinco confesionarios privados con puerta a los que se accede por una escalera.

En este Claustro hay también un acceso al Coro Alto, desde donde las religiosas asisten a la eucaristía, y a otro Mirador. La Iglesia de Santa Catalina no se puede visitar. Ni siquiera se puede entrever entre los pesados cortinajes del Coro Alto, porque la siguen utilizando las religiosas del Monasterio.

La Iglesia de Santa Catalina desde el Claustro Mayor

Ya desde aquí salimos por la Pinacoteca, que en su día era el dormitorio común de las monjas. Recorriendo su forma de cruz latina podemos encontrar un centenar de cuadros y un candelabro (tenebrario) utilizado en los oficios nocturnos de Viernes Santo. De aquí salimos de nuevo a la zona por la que habíamos entrado. Maravillados, dejamos el Monasterio sólo para volver unas horas después, para hacer una visita nocturna.

Celda del Monasterio de Santa Catalina de noche

Localización:

Horario: Todos los días de 9:00 a 17:00 (Martes y Jueves hasta las 20:00). Cerrado Viernes Santo, 25 de diciembre y 1 de enero. Si podéis visitad el Monasterio después de la puesta de sol un martes o un jueves para ver el maravilloso espectáculo de las celdas iluminadas con la luz de las velas.

Precio: Se puede pagar con tarjeta. Para extranjeros cuesta 40 nuevos soles (unos 12 €), la mitad para estudiantes (con acreditación). Tarifas actualizadas aquí.

La visita: El recorrido completo os llevará unas dos horas, aunque nosotros estuvimos tres y casi ni nos dimos cuenta 🙂  A lo largo del recorrido hay carteles informativos en español, inglés, francés, alemán e italiano. Si no te apetece leer, a la entrada puedes contratar un servicio de guías (están en el Patio del Silencio) que en hora y media te descubrirán lo importante del lugar. Por último los más modernos tenéis una app móvil con información, aunque no funciona en todos los dispositivos.

Damos las gracias a la administración del Monasterio de Santa Catalina por la atención que nos prestó y el recibimiento que nos dieron. Nos despedimos con lo que más nos impresionó, Santa Catalina de noche.

Con tanto silencio y la iluminación de candiles y velas pensé que se me iba a aparecer el espíritu de una monja :O  . Por suerte la monja que vimos de pasada era de carne y hueso 🙂  ¡¡Hasta pronto!!

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